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27-08-2013
¿Periodismo clandestino?

Aún quedan medios de comunicación formales y darlos por perdidos sería aceptar la derrota
ROBERTO GIUSTI  @rgiustia

Nunca he sido asesor comunicacional y a estas alturas de mi vida no se me ocurriría el vano intento de serlo. Tampoco pretendo fungir de comunicólogo, que para eso tenemos unos cuantos, bastante ocupados en la tarea de darnos luces, a lo largo de este vía crucis, lento pero seguro, hacia la liquidación del periodismo libre. Tampoco esto va de hacer la apología del periodista sacrificado porque el intento de controlar los medios aún existe en el mundo y aparte de que no somos una excepción, los riesgos propios de la profesión, ante un sistema político represivo, son peores en otros países.

Soy de una generación de periodistas que recibió su bautismo de fuego el 27 de febrero de 1989. Hasta entonces, en un país previsible y a pesar de sus taras políticas y sociales, saludablemente aburrido, el derecho a la información estaba asegurado. Pero a partir de aquel momento todo cambió y debimos reinventarnos y adaptarnos al caos que ya se posesionaba del paisaje. Ahora bien, los jóvenes que se inclinaron a partir de entonces por este oficio, aquellos quienes, por ejemplo, nacieron ese mismo año o, incluso antes, debían tener conciencia de que, a menos que se decantaran por ser gacetilleros del chavismo, el trabajo sería cada vez más rudo e ingrato.

¿Nos convertimos entonces, en héroes, que, ante la debacle de los actores políticos naturales y el avasallamiento de las instituciones, se asumían como árbitros supremos de una realidad trastocada por la polarización? Algo de eso hubo y, el tema es discutible. Pero lo que realmente importa no es el papel de los periodistas (y al fin y al cabo debíamos saber en qué nos estábamos metiendo y con dedicarnos a otra cosa nos salíamos del brete) sino el derecho a la información.

La tarea de mantener abiertos los ojos de la sociedad en tiempos de persecución, acoso y fórmulas cada vez más sofisticadas para condenar el libre flujo de la información, está exigiendo mayores dosis de imaginación y de voluntad. Pero ya no sólo de los periodistas y de los dueños de los medios (algunos de los cuales han claudicado) sino de las mismas audiencias.

Creo, a contracorriente de lo que piensan algunos críticos, que todavía no ha llegado la hora del samizdat (información clandestina) virtual. Las redes sociales son decisivas, pero aún quedan (es cierto, cada vez menos) empresas de comunicación formales (periódicos, páginas web, canales de televisión regionales y emisoras de radio) que desafían el enfoque unilateral y apócrifo de la hegemonía mediática oficial. Asumir como perdidos esos medios, cuando no lo están, sería aceptar una derrota que no se ha verificado.


 

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