¿Sancionaremos a los corruptos, o seguiremos en esta vergonzosa fiesta celebrando lo incelebrable?…
Hace una semana vi una película que se llama “Elysium”, una historia se desarrolla en el año 2159. La Tierra está superpoblada y en ruinas. El crimen, la contaminación, las enfermedades y la pobreza se han convertido en el pan de cada día para quienes habitan en ella. Sin embargo, los “muy acaudalados” viven en una bellísima estación espacial que tiene un clima ideal, lujosas mansiones y lo más importante: unos “Med-Pods”, unas máquinas con un software que detecta y cura todo tipo de enfermedades. Por supuesto, solo está disponible para los ciudadanos de Elysium.
La película me movió a reflexionar sobre el tema de la insensibilidad social en Venezuela. Si bien hay personas que trabajan con mística por el bien de los demás, hay un número significante de gente que tuvo educación, confort, viajes, lujos, hasta educación “religiosa” y luego de quince años todavía cree que se merecen todo eso y que quienes no tuvieron la misma igualdad de oportunidades son unos “tierrúos”, “tukis” (ni sé cómo lo escriben), “chulos”, “marginales” y “lambucios”. Nadie piensa qué hubiera sido de ellos si hubieran nacido en un barrio.
Peor aún es el desfile de Ladrones con “L” mayúscula para quienes todas las puertas se abren, las de los clubes, las de las fiestas, las de las casas de “familia”, solamente porque tienen dinero. Pregúntense quiénes son los marginales mentales, quiénes los chulos y quiénes los lambucios. Y no estoy hablando solamente de los chavistas que se han enriquecido vulgarmente y cuyos discursos de “socialismo” y todas las estupideces que dicen van del bolsillo para afuera. Estoy hablando de la gente “como uno”. De ésos que han servido de testaferros, que se han prestado para montar empresas de maletín, que han hecho pingües negocios, que le han puesto la mesa a los chavistas (aunque en privado se burlen de ellos y los desprecien) y quienes a la hora de rendir cuentas ante la divinidad -si es verdad que vamos a rendir cuentas- se les exigirá más que a los otros, como anticipó Cristo en la parábola de los talentos.
Siempre habrá un Chávez que les hable a los marginados y castigue a los indiferentes. Ahora tiene la palabra la sociedad que se autocalifica como “decente”: ¿Seremos capaces de sancionar a los corruptos, o seguiremos en esta vergonzosa fiesta celebrando lo incelebrable?
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